Los primeros tiempos en una comunidad

Para los que han estado viviendo solos, el primer mes en una comunidad es generalmente eufórico.  Todos los que les rodean les parecen santos; todos tienen un aspecto feliz. Luego, al segundo mes, todos ellos son unos demonios. Tienen motivaciones ambiguas, todos son más o menos hipócritas, y tan glotones que se eligen precisamente la porción de carne que a mí me apetecía. Cuando tengo ganas de estar en silencio, hablan y cuando me apetece hablar, me cortan la palabra con la mirada. ¡Es una conspiración!
Al tercer mes, no son ni santos ni demonios. Son unas personas que se han juntado para luchar y amar juntas. No son ni perfectos ni imperfectos. Son como todo el mundo, una mezcla de ambas cosas. Están creciendo, lo cual quiere decir que el bien está en el crecimiento, y que el mal es lo que impide crecer. (Desgraciadamente, para algunos el "segundo mes"es tan fuerte que abandonan).
Esta es la realidad. Debemos aceptar que el crecimiento nos lleva del egoísmo al amor, de "la comunidad para mí" al "yo para la comunidad"; es un camino largo y a veces árduo, empedrado de alegrías y sufrimientos.  Un camino que empieza aceptando nuestras diferencias y aprendiendo a conocernos unos a otros. ¿Qué es lo que proporciona paz a un determinado miembro de la comunidad? ¿Qué es lo que le levanta el ánimo? ¿Qué es lo que le hiere? ¿Qué es lo que le sosiega? ¿Qué es lo que le irrita?  Todo es importante cuando vivís con alguien (...). Debemos ser sensibles a lo que necesita el otro. Ahí empieza la comunidad. Y muchas veces con pequeños detalles manifestamos que los demás son importantes: acordarse del cumpleaños, del día del santo, servir bien la mesa y barrer, arreglar las flores... Todo puede transformarse de ley, a comunión y  don, puesto que una comunidad empieza por las cosas materiales. 

 

Jean Vanier, No temas amar, p 66
 

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