Antonio introduce no en un mundo de acción y de competitividad sino en un mundo de contemplación, de presencia y de ternura. Antonio no pide dinero, ni conocimientos, ni un poder o un puesto; pide esencialmente una comunicación, ternura. Quizá manifiesta el rostro de Dios, un Dios que no arregla todos nuestros problemas con la fuerza o con un poder extraordinario, sino un Dios que mendiga nuestros corazones, que llama a la comunión.
Jean Vanier, Cada persona es una historia sagrada, P 213
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