Tengo la impresión de que este Dios oculto en cada cosa y sobre todo en el corazón de cada persona sufre las imágenes o ídolos que se han hecho de Él a través de los siglos, a través de una mala educación religiosa. En efecto, hemos falseado su imagen. Hemos fabricado un dios legislador, dispuesto a castigar, un dios duro que nos culpabiliza porque no seguimos la ley; hemos fabricado un dios que aprueba los ritos y las acciones externas pero que ignora el corazón humano. El verdadero Dios es el Dios de la vida, el que está oculto en lo más profundo del corazón del hombre, que no juzga, que no condena. No es sobre todo un Dios de la ley si no un Dios de la comunión. Es el Dios de los pobres y de los débiles manifestado en y por Jesús. Está ahí para amar, animar, confirmar, perdonar y liberar a cada persona. Está ahí como una fuente dispuesta a brotar. Es una persona, un padre, una madre llena de ternura, un predilecto que acoge y descansa.
Jean Vanier, Cada persona es una historia sagrada, P 205
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