La ternura se revela en el tono de voz, en la forma de tocar. No es blandura sino una fuerza segura transmitida a través de los ojos y las manos. Es una actitud del cuerpo, siempre atento al cuerpo del otro. La ternura no se impone no es agresiva, es dulce y humilde. No es una orden. La ternura está llena de respeto. No es seductora. Es una escucha y un tacto que suscitan y despiertan las energías en el corazón y el cuerpo del otro. Transmite vida y libertad. Da ganas de vivir. La ternura es la madre que baña a su hijo mostrándole su belleza; es la enfermera que toca y cuida una herida haciendo el mínimo daño posible.
Jean Vanier, Cada persona es una historia sagrada, P 211
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