Los principios de una relación profunda e íntima entre un hombre y una mujer a menudo están llenos de alegría e incluso e euforia. Caen las barreras levantadas alrededor de sus corazones. La persona vive una liberación de sus miedos, de sus angustias, de todo cuanto le impedía hablar y expresarse. Sin embargo, al cabo de cierto tiempo empiezan a aparecer nubes en la relación. Las tinieblas de uno se encuentran con las tinieblas del otro.
Este proceso que va desde la euforia del encuentro a los bloqueos e incapacidades para el diálogo es muy doloroso. Al principio del noviazgo y del matrimonio, el hombre vuelve pronto del trabajo para ver a su mujer, es entusiasta y atento. Luego, poco a poco, se deja absorver cada vez más por el trabajo, vuelve más tarde, está cansado, lo absorve la televisión o empieza a beber. La mujer se entrega más a los niños, ella también trabaja, y poco a poco se levanta un muro entre ellos.
Esta evolución es lo que hace que muchas parejas se separen. Hombre y mujer vuelven a encontrarse solos, frustrados, depresivos...finalmente se van con otro, pero con un corazón herido, con miedos y dudas. (...)
El hombre y la mujer no se dan cuenta de que el punto de bloqueo es también el punto de sanación. Cuando lo negativo de uno llega a lo negativo del otro, si encuentran ayuda para cruzar ese túnel y nuevos recursos dentro de sus corazones, quizás podrán bajar a un nivel más profundo en sus relaciones, en su vida juntos y con sus hijos.
Jean Vanier, Hombre y mujer los creó, P 181
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