Por eso, la unión del hombre y la mujer es un sacramento. Se proclama ante la Iglesia y es confirmada por ella. Es un signo sagrado instituido por Jesús. Es lugar de encuentro con Dios. En adelante, Dios está presente en esa unión y no deja de acudir en ayuda de los esposos. Les ayuda a aprovechar todos los elementos difíciles del matrimonio: en lugar de ocultarse, en lugar de huir por medio del trabajo o de otras actividades, en lugar, sobre todo, de volverse agresivo, es la ocasión de vivir una unidad más profunda por medio de la aceptación cotidiana del otro. Es la ocasión para vivir no sólo las alegrías profundas de esa unión, sino también el perdón.
Jean Vanier, Hombre y mujer los creó, P 182
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