Cuando un niño no vive la comunión con su madre y con su padre, cuando se encuentra solo, inseguro, se sumerge en la soledad y en las angustias. La angustia es algo muy difícil de asumir para el niño. Es como una energía loca, sin un fin determinado, como una agitación interior, un malestar. Puede hacer perder el apetito y romper el ritmo del sueño. Y si el niño no se siente ni amado ni deseado, esta angustia se convertirá en culpabilidad. (…)
Cuando nosotros los adultos sentimos angustia, podemos encontrar una multitud de diversiones: evadirnos en el trabajo, ver televisión, llamar a un amigo, hacer deporte... Un niño, en cambio, no sabe defenderse, o lo sabe parcialmente. Puede evadirse, como
Jean Vanier, Cada persona es una historia Sagrada, 63
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