Hace algún tiempo, me encontraba dando un retiro en un Hogar de Caridad. Vino a verme una pareja: ella estaba embarazada. Doce médicos les habían confirmado sucesivamente que había una elevada probabilidad de que el cerebro del niño que esperaban estuviera profundamente dañado. Los doce médicos les habían aconsejado el aborto. Algunos incluso les habían dicho que tenían el deber de abortar para no traer al mundo un ser que sufriría durante toda su vida y que haría sufrir a sus futuros hermanos y hermanas. Me pidieron mi opinión. Yo les dije que no podía aceptar la idea de matar a un niño, ni siquiera enfermo. Les prometí -de una forma un tanto vaga- que les ayudaría en el caso de que el niño naciera con una deficiencia. El sacerdote de ese Hogar de Caridad fue todavía más lejos que yo. Les dijo: "Si el niño es deficiente y no podéis quedaros con él, yo le acogeré en mi comunidad y me ocuparé de él". Con esta seguridad la madre decidió no abortar. Algunos meses más tarde dio a luz a dos gemelos en perfecto estado de salud.
Jean Vanier, Hombre y mujer los creó, p 218
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