En nuestra comunidad de Filipinas acogimos a Heléne una niña -de pequeña estatura- de quince años, ciega, con un cuerpo encogido, incapaz de mover los brazos y las piernas. La llevaron a un hospital cuando era muy pequeña. Keiko, una asistente japonesa, se ocupaba de ella con mucho amor y cuidado; pero me confesó que era difícil. En efecto, Heléne estaba encerrada en sí misma; no manifestaba nada, ni alegría ni enfado. Era totalmente apática. Hablamos Keiko y yo de la depresión de los niños, y la animé a que continuara amando a Heléne, hablándole con dulzura, tocándola con ternura. "Un día de sonreirá", le dije. Y le pedí a Keiko que me enviara una postal el día que Heléne le sonriera. Algunos meses más tarde, recibí una postal de Keiko: "Heléne me ha sonreído hoy...Love, Keiko".
Jean Vanier, Cada persona es una historia sagrada 60
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