Recuerdo que cierto día recibí una carta de una joven que tenía la sensación de no haber sido amada nunca. Me decía que, de niña, siempre tuvo la impresión de haber sido concebida por equivocación, de no haber sido nunca deseada. Sus padres sólo hablaban de su hermano o de su hermana, pero nunca de ella, como si no existiera; tenía la sensación de haberles molestado siempre y de no ser bienvenida en ninguna parte; por eso sentía una herida permanente. Me escribía: “Cuando iba al colegio, todo el mundo, menos yo, tenia amigos. Y me daba la impresión de que ningún hombre podía amarme”. Luego proseguía: “Un día, cuando iba por un bosque, me senté junto a un árbol, y de repente me embargo la certeza de ser amada por Dios”. Algo brotó en ella, descubrió que era importante, preciosa a los ojos de Dios. Es una experiencia muy fuerte, y tanto más cuanto que se trataba de una persona que tenía la impresión de no haber sido amada nunca. Era un conocimiento de Dios nuevo e inmediato, que, a la vez, lo cambiaba todo y no cambiaba nada. Es importante comprender que esta experiencia del amor de Dios, lo cambia todo y, a la vez, no cambia nada.
- Jean Vanier, La fuente de las lágrimas,
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