Todos podemos entender la reacción de Pedro: "¿Tú, lavarme los pies a mí?" No comprende a Jesús. Quizás si encontráramos a Jesús arrodillado a nuestros pies reaccionaríamos de la misma forma.
Queremos un Dios grande que arregle nuestros problemas. No queremos un Dios pequeño que nos diga "Los necesito y vengo a vivir entre ustedes. Les doy una fuerza nueva, un espíritu nuevo y deben trabajar para que la gente sea libre y ame y traiga la paz". Siempre queremos un Dios que solucione nuestras contrariedades, pero Dios nos dice: "Les doy la fuerza para que se conviertan en los que trabajan con otros para traer la paz a nuestro mundo".
Al encuentro del otro, P 121
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