Nosotros hacemos cosas por otros, a menudo cosas buenas. Nosotros les enseñamos, nos preocupamos por ellos, les damos dinero. Pero nuestros corazones se mantienen cerrados. Nos quedamos en una posición de control y superioridad. A veces, seguramente, es necesario comportarse así. Un médico, por ejemplo, no se puede agobiar con lo problemas de todos sus pacientes; él tiene un trabajo que hacer. Pero por otro lado, el médico que realmente no puede escuchar, el que falla en percibir la angustia y el profundo sufrimiento de sus pacientes, el que no tiene tiempo de darles la bienvenida tal como están y entenderlos, no puede ser un buen médico. Alguien que se queda en un soporte profesional, recibiendo a otros solo en su cabeza, rehusándose a recibirlos en su corazón y con compasión, no puede realmente preocuparse por ellos debidamente.
Jean Vanier, Cada persona es una historia sagrada, p70
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