Un día un padre vino a visitar a su hijo a mi hogar. En el transcurso de la comida, alguien hizo una observación al hijo y al padre: "Teneís los mismos ojos". El padre respondió en tono agresivo: "No, él tiene los ojos de su madre". Como si dijera: "No hay nada en común entre él y yo". Su brutal observación penetró como un dardo en el corazón de su hijo, que desapareció de la sala cuando terminó la comida. El padre me preguntó dónde estaba. No se había dado cuenta del daño que le había hecho. Estoy seguro de que él creía que lo había aceptado bien, cuando en realidad, seguía profundamente herido por haber tenido un hijo con una discapacidad mental. No llegaba a aceptarlo y era para él una vergüenza personal.
Jean Vanier, Cada persona es una historia sagrada. p 18.
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