En la vida de cada uno de nosotros hay un momento en el que Jesús nos mira fijamente y dice: “Eres mi hijo querido”. Jesús vino a realizar el tránsito (el paso de éste mundo al Padre) junto con nosotros.
La misión de Jesús es llevarme a la mano de su Padre. Jesús vino a cambiar las raíces más profundas de mí ser, y a darme una nueva conciencia que me hace ser feliz y estar tranquilo con mi pobreza, e incluso con el vacío que hay dentro de mí; y, como ya no tengo nada que defender, pierdo mi agresividad. No necesito luchar, porque sé que soy amado. Sé que nada tengo. Sé que estoy condenado a morir. Entonces puedo vivir sin tensiones. En griego la palabra “perdón” connota esta “falta de tensiones”. Ya no necesito defenderme. Y, al no tener ya miedo, entro en una conciencia nueva que es la libertad de los hijos de Dios.
Jean Vanier, No temas amar
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