Recuerdo una madre que acababa de perder a su hijo de seis años. Me contó que a los tres años y medio el niño tuvo una parálisis en las piernas que, poco a poco, se fue extendiendo por todo su cuerpo y se quedó ciego. Algunos meses antes de su muerte, su madre estaba junto a él y lloraba. Entonces el pequeño le dijo: "No llores mamá; todavía tengo un corazón para quererte".
El niño había alcanzado una madurez real; sabía dar gracias por lo que tenía en lugar de lamentarse por lo que no tenía. Tal madurez, proviene, con frecuencia, de la experiencia interior de una presencia de Dios que, así lo creo, ha sido dada a las personas pobres, a los que, como consecuencia de su debilidad, no pueden liberarse de otra manera. Pero, para estar abierto a esta experiencia, es importante que la persona desesperada se encuentre en un medio favorable.
Jean Vanier, Hombre y mujer los creó
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