Acoger es un verdadero signo de madurez humana y cristiana. No consiste solamente en abrir la puerta y la casa a alguien. Se trata de darle un espacio en el corazón para que pueda existir y crecer, un espacio en el que se sepa aceptado como es, con sus heridas y sus dones. Esto supone que existe en nuestro corazón un lugar silencioso y pacífico en donde los demás pueden encontrar el descanso. Si el corazón no está en calma, no puede acoger.
Jean Vanier, La Comunidad, P 287
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