En muchas personas heridas, sean deficientes físicas o mentales, y en algunos hombres y mujeres encarcelados que pueden ir a pedirles que recen por ellos para que desaparezca el odio de sus corazones, hay una humildad asombrosa.
Me acuerdo de Abril, una mujer negra muy hermosa; estaba en una cárcel de Cleveland; vino a preguntarme si podía rezar para que no la enviaran a cierta prisión, famosa por la brutalidad y la dureza imperante entre las presas, y entra estas y la administración del establecimiento. Le dije que me sería dificultoso rezar para que no la enviaran allí; que todo lo que podía pedir era que recibiera fuerza, luz y amor para poder irradiar el amor allí donde sea que estuviese. Si iba a aquella prisión sometida a tales condiciones, podría infundir consuelo y fuerza a las mujeres que estuvieran allí y necesitaran de ella. Le dije: "Si no va gente como tú ¿quién va a comunicar paz y fortaleza a aquellas mujeres?". Le pregunté si podía rezar para que marchara a donde Jesús quisiera, y para que, dondequiera que se hallara, fuera para los demás una fuente de esperanza, y dijo: "Sí". Lo dijo con una gran libertad, y tuve la sensación de que si la enviaban a aquella cárcel, sería una maravillosa fuente de paz. Había algo en ella profundamente hermoso: su sencilla humildad.
Jean Vanier, No temas amar, P 29
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