Cuando los pobres y los débiles se hallan presentes, nos impiden caer en la trampa del poder -incluso del poder de hacer el bien-, de pensar que somos nosotros los buenos, los espirituales, que debemos salvar al salvador y a su Iglesia. Al acercarnos a los más débiles, comenzamos a aceptar nuestra propia riqueza y debilidad; nos hacemos sensibles a las necesidades de los demás, aprendemos a exclamar al prójimo a Jesús: "¡No puedo hacerlo solo! Necesito tu ayuda".
Jean Vanier, El Misterio de Jesús, p 196
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